Desaparezca aquí

El letrero decía: «Desaparezca aquí». Yo lo miré por encima de mis anteojos y sonriendo, desaparecí.

Suena de fondo una voz femenina que cuenta: Un, dos, tres, cuatro…

En el interior de mi cabeza rugieron los tiempos en los que sus ojos zumbaban al pasar junto a mí o, ya fuera intencionado o por obra de la casualidad, su mirada se posaba en mi dirección.

El Señor Morsa terminó de ajustarse el traje sastre y alcanzó su enorme sombrero de gangster, miró a su alrededor y luego hacia mí.

— ¿Está en tu cabeza, R? — preguntó y palmeó mi espalda con esas enormes manazas de simio.

Su voz resonaba como un agudo solo de guitarra. Se metía en tu cerebro como taladro cósmico. Los babuinos reían a lo lejos, en la ventana, apelmasados y mirando cómo me ajusto los anteojos y reconozco nuevamente el frente de la casa.

— Está en todas partes, Morsa— respondí apenas audible — tan pronto el brillo verde de sus ojos deje de existir en esta parte del universo, dejaré de verla cada que salto de un lado al otro de la ventana.

La escena cambia con un círculo que se cierra hasta quedar sólo nuestras cabezas. Negro.

Miro al frente y trato de descifrar cómo es que hemos llegado hasta ahí. Me tallo los ojos, siento un cosquilleo en la frente.

Es posible, según mis cálculos, que todo esto sea tan solo un sueño; un sueño donde hay changos y un humano —otro homínido, uno dizque racional, pero homínido al final— que sólo usa una letra a manera de identidad. Uno de esos sueños que de seguro, recurriendo a las matemáticas y la probabilidad, sólo son posibles cuando cenas demasiado condimento.

Esa noche pude haber cenado algo condimentado.

Quizá un filete, pienso.

—Eso sería rico— dijo Morsa entornando los ojos y pasándose la lengua por los labios. —Muy sabroso — como si mi razonamiento hubiese sido audible a los oídos del chango.

Nos miramos con apetito: un buen filete, grueso, adornado con muchas clases de verduras, salsa, pimienta y un moderado brillo en las papas de la guarnición… jugoso.

Seguimos pensando en comida.

Se abre la puerta y la comida se sustituyó —aunque no del todo, la imagen era demasiado rica para dejarla ir— por la sala llena de hojas con diagramas y restos de experimentos genéticos con ranas que los babuinos estuvieron haciendo en nuestra ausencia. Nada que no hubiéramos visto antes, sólo que esta vez habían usado tenazas de langosta y la cosa parecía set de película de monstruos japonesa.

—Música— dijo Morsa sin voltear. Señaló al techo y comenzó a mover las extremidades inferiores como si marchara a toda velocidad mandando a volar los restos del tiradero.

No sabía sin reír o sentarme a contemplar. Jamás había visto moverse tanto a Morsa. Mucho menos bailar.

—Como un maniaco, R— dijo solemne, de nuevo sabiendo lo que pensaba— moverse para no morir cortado por la mitad.

Como un filete, pensé.

Mientras tanto, del otro lado de la carretera, junto al letrero, alguien resopla en mi frente. Me rasco la cabeza, por puro reflejo.

Fade out y caída libre.

And she’s dancing like she never danced before

4 Comments

  1. En donde habré leído antes ese «desaparezca aquí». Bueno, hace poco me lo dijeron a modo de «no eres tú, soy yo», pero, la frase es de usted, en otra entrada del blog. La buscaré y me regodeare en mi buena memoria que me hace recordar que ahí leí algo sobre deseos de instalar una cassettera en un auto.

    Gracias por volver… a escribir.

    Abrazos!!

    Me gusta

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