Hace mucho tiempo que las personas dejaron de ir a votar o de freír un trozo de carne con una buena sonrisa en los labios. La salivación previa a una cena se convirtió en una rara joya desde que los programas donde los chefs mostraban sus platillos fueron prohibidos por las emperatrices mundiales. Ya saben, ese viejo dicho de Wonder Bra makes Wonder Woman. Cuando un grupo hiperinteligente de mujeres con senos copa D bien firmes sin necesidad de prótesis —un asunto bien debatido, quizá hasta el asco, ese de que si las tetas imperiales eran reales o no. Aunque dejó de ser interesante cuando se convirtió en regla el tener de pareja a una mujer con al menos una copa B con buena vista— que tomaron el poder por la fuerza cuando los presidentes se tomaron 127 horas hablando en una cumbre respecto a cuál era la mejor forma de definir a la “democracia” frente al pueblo sin desternillarse a carcajadas antes de 3 minutos. Primero hubo muchas dudas, después de ello —para ser exactos después de 56 minutos, cuando se proclamó la ley sobre las copas— nadie reclamó y decidieron cederles el poder con una gran sonrisa.
Todo hubiera seguido sin cambio alguno si esos líderes mundiales, hombres todos ellos, no hubieran olvidado telefonear a sus esposas, amantes y novias durante todo ese tiempo para decirles cuánto las amaban. Las esposas, amantes y novias de ese tipo de gente suelen tener muy poca paciencia e ideas de venganza muy elaboradas si se les da el tiempo suficiente; sobre todo cuando, como todas ellas en una serie de inexplicables coincidencias, estaban en el punto más psicópata de su menstruación.
El mundo, entonces, pasó a ser de dominio femenino. Totalmente Palacio y todo eso. La economía se hizo sumamente sesuda, nadie se atrevía a salir a calle sin cerciorarse unas diez veces que los zapatos combinaran con el sombrero. La paz, por supuesto, no tardó en llegar: se acabaron las secciones sólo para damas en el transporte público —con lo cual, se redujo considerablemente el promedio de peleas que incluían insultos usando palabras como celulítica, zorra, perra y derivados —sin mencionar muchos pisotones y codazos—, lo que trajo como consecuencia positiva mucho más sexo vespertino al no llegar a casa estresadas y con eso, los hombres ya no se encerraban a jugar PS3 en línea con actrices porno búlgaras con el riesgo de que algún político frustrado declarara una guerra inútil por no haber mojado la brocha un miércoles a las 7— , las filas en los baños con manicura gratis se hicieron ley suprema en teatros y cines y los restoranes ponían música ambiente de Barry Manilow más seguido.
Contrario a lo que se pensaría, las empresas dedicadas a la ropa interior no se volvieron monopolios dominantes que compran islas, monumentos o presidentes; todo lo planearon tan perfectamente que toda mujer que no alcanzara la copa oficial era tratada con amabilidad y mucha ternura femenina hasta que, sin darse cuenta, eran desembarcadas en medio del océano en tierras especialmente reservadas para tales propósitos. Había que cuidar la imagen de las ciudades, decían.
En cuanto a los hombres, las cosas cambiaron un poco. Quizá más de lo podíamos haber esperado. Nos dieron la opción de conservar nuestros trabajos bajo la condición de que el sexo sería únicamente cuando ellas tuvieran ganas y su vestimenta les fuera del todo satisfactoria; al ostentar el poder económico, ya nadie les impedía comprarse un vestido de primavera bajo el pretexto cavernícola de “son las 4:56 y si te metes al probador, perderemos el avión”, por lo que en su decisión recaía el estar de humor o no, el querer de a cucharita o de a perrito. Al principio muchos arqueamos las cejas y quizá musitamos uno que otro insulto inocente pero al cabo de unas semanas nos sentimos en el paraíso cuando se ordenó la inclusión en todas las viviendas de un cuarto especial para ver pornografía en 3D. Un Win-Win demoledor.
Los machos de bigote tupido se extinguieron hace ya bastante tiempo, no así los gatos árabes y los perritos de raza pequeña que ahora tienen una población mundial que rebasa incluso a la de ratas de laboratorio. Los table dance fueron prohibidos por ser degradantes, excepto los que pagaban muy bien: “un oficio donde se presume el cuerpo con toda la actitud y encima bien pagado, no es misoginia, es negocio”, afirmaron.
Ese discurso terminó así:
—Es insultante que a una mujer se le pida a coro enseñar las tetas, a menos que a ella no le moleste hacerlo.
Aplausos ensordecedores.
Es de por sí demasiado complicado acostumbrarse a que el mercado bursátil subía y bajaba según sus estados de ánimo. Después de unas semanas ya nadie tenía interés en invertir, así que todos empezamos a guardar nuestro dinero dentro de las cajas de herramientas.
Ellas nunca abren las cajas de herramientas.
Pero ya estoy divagando.
Hace un par de meses se desató una guerra. Nadie lo creía posible, en serio. No era lógico pensar en la posibilidad: si dos naciones o ciudades se enojaban —bueno, si sus gobernantes se miraban despectivamente entre ellas—, se decían un par de insultos, menospreciaban sus gustos en ropa y se dejaban de hablar por meses; hasta que una quería saber dónde había comprado su contrincante la decoración de la calle principal y se citaban para un café. Fin del altercado.
No estamos seguros de si están luchando contra la comunidad gay —con la cual han intercambiado señas obscenas desde un principio—, con los fabricantes de ropa casual o con las mujeres que aún dicen que el maquillaje no es necesario.
Las apuestas se abrieron ayer.
De lo único que podemos estar seguros es que las rubias tetonas hace mucho que dejaron de morir primero.
Un mundo que no tarda en convertirse en realidad! jijiji! ademas cuando suceda estaré a salvo y no tendrán que mandarme a ninguna isla perdida, fiu!!
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