Soy un gordo de closet

Alice in Limboland

Soy un gordo de closet. No me queda mas que tomar aire, levantar la voz y confesarlo: soy un gordo que vive atrapado en el cuerpo de un flaco de poco más de setenta ochenta kilos y un metro noventa de alto. Paso al estrado, frente a todos, con mis pantalones de mezclilla truqueados para que no se me note la inminente lonja y playeras cada vez más holgadas. Me pongo de pie y lo digo fuerte y claro.

Quizá sea uno de esos casos en que esa genética que se mueve de generación en generación de repente se emborracha y empieza a dar saltos para un lado y para el otro. Quizá simplemente sea un accidente. Un niño que nació haciendo homenaje a la figura de un cacahuate Mafer —como, según mis padres, me apodaban de recién nacido por ser rechoncho y estar perfectamente pelón— y que poco a poco se topó con la forma de hacerle trampa a la ebria cadena de ADN para tomar un camino distinto.

Digo que soy un gordo de closet porque quien está metido en esos muebles finge por mucho tiempo algo que no es cuando de mil maneras lo sabe y lo tiene bien claro. Los putos lo saben. Saben que para encajar en el mundo empresarial deben fingir que se comen un conejito jugoso de vez en cuando pero al llegar a casa y cerrar la puerta tras de sí, se saborean al secretario particular del jefe. Los cantantes, en su afán inocente por llegar al estrellato, se aferran a la idea —idea que por lo general les inculcan sus representantes con el más puro ánimo de la ayuda desinteresada— de que la frase “sexo, drogas y rockanroll” debe incluir mujeres. Todos ellos son unos falsos, unos farsantes de lo peor. Así, de esa misma manera, soy yo.

Mis costumbres, desde hace años, han sido de gordo. De gordo feliz, contento de sí mismo y consciente de que lo suyo es degustar alimentos variados sin la menor culpa. Cinco comidas al día, con intermedios de yogurt, galletas, frituras y pasteles.

¿Se imaginan? Vivir años enteros pretendiendo que pesar menos de setenta kilos es un golpe de suerte cuando la realidad es otra muy distinta. Un ser humano sano es aquel que se sienta a la mesa y admira los platillos uno a uno, centímetro a centímetro y luego se entrega al ritual que sólo puede culminar con desabrochar el cinturón para que las novísimas lonjas se expandan como el mismísimo Universo.

A nadie le importa que alguien sin papada cene 10 tacos; pidiendo uno tras otro sin el menor resentimiento, ignorando el ritual de la Coca Cola Light mientras conduce todo el suadero, tripa y pastor directo a su pata hueca. Es algo íntimo, profundo.

Un gordo que coma por igual un filete de kilo y medio que un racimo de lechuga coronado por jitomates. Que adore las aceitunas. Que no le haga el feo al hígado encebollado. Un gordo que sienta con el estómago y sonría con la boca llena.

De pie frente a la sala llena levanto la mano derecha en tono solemne al decir todo esto mientras con la izquierda sostengo un humeante y delicioso taco de tripa. El ambiente es ligero y las miradas oscilan entre mi entremés y la alegría que emana de mi mirada. La genética se puso en su plan y me encerró en un cuerpo larguirucho que apenas asoma un par de inocentes lonjas, cuya barriga, discreta, se asoma para saludar sonriente cada 4 horas pidiendo visitas.

Soy un gordo glotón atrapado en el cuerpo de un flaco de 70 80 kilos y 1.90 metros que le encanta comer tortas de jamón con plátano y crema, poner una rebana de jamón encima de una concha y que se acaba una caja de galletas en menos de una semana. No me preocupa, tengo la certeza de que, en alguna otra dimensión, soy un gordo. Un gordo muy feliz.

5 Comments

  1. Jajajajaja yo siempre he dicho ke toño y yo tambien somos gordos de closet, y la verdad es ke me gusta estar asi, me encanta eso de entrarle a la dieta T sonriendo bien a gusto si nadie pueda creer todo lo ke como en un dia XD
    Me alegra saber ke no estoy sola jajaja. Beso y atascate en año nuevo¡¡ =)

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