Un cuarteto de cuerdas. En medio de la calle. Pin pang ping pang pin pang pan pang ping ping tiru tiru tiru tir. Y de pronto los zombies. Muertos, bien muertos, derritiéndose los cerebros, los cráneos bien abiertos como cielos grises. Y el cuarteto sigue y quiebra el miedo. Quiebra el aire con su monotonía oscura, sus cuerdas bajas rasgando los oídos de los sanos, los vivos y los pájaros.
Las cuerdas rompen el silencio, el aire se pone triste. Tiembla la calle por tantas piernas huyendo, tantas piernas comiendo. A lo lejos en la costa, se ve llegar la figura: alta, soñolienta, con la melena anunciando el final de los tiempos. Camina despacio, al ritmo del cuarteto. Los zombies, los muertos y los vivos abren los ojos. Cierran la boca. La playa levanta una silueta, su arena se moja y oscurece. Einstein. El grande. El último. El compás cruje. Es el fin.
Cuento escrito a cuatro manos junto a Esteban Moscarda para el Blog Breves no tan Breves.