Estudiar una maestría es parte de un plan secreto. Un plan secreto que entrará en acción cuando todo mundo esté ocupado en contar sus fortunas y divorciarse de sus mujeres.
Ser escritor no es fácil. Nada de lo que se dice es verdad. No es posible que sentarse todos los días a la mesa, con la computadora o libreta enfrente, un cigarro, café y una botella de licor y esperar a que se te llene la cabeza de historias y aforismos que, después de un ritual ancestral, te lleve a parir una obra [maestra o no].
Si uno hace las cosas medianamente bien, se junta con la gente apropiada, estrecha las manos correctas o hereda las becas indicadas, dentro de 20 años estarás dando conferencias, estrechando manos, heredando becas a jóvenes primerizos y siendo esa gente apropiada para algún otro. Y te dirán maestro.
Y te dirán maestro aunque sólo les estreches la mano para la foto. Te dirán maestro aunque les des los buenos días y no recuerdes sus nombres. Te dirán maestro aunque sólo estén estrechando manos al azar con otros cientos de maestros.
Y serás El Maestro. Aunque te lean 40 años después de haber muerto. Aunque no tengan la menor idea si pisaste la escuela o de cómo lograste salir de ella después de muchos más años de los habituales y varios trabajos que nada tenían que ver con ser El Maestro. Y todo lo que hagas o hayas dicho, será una lección excelente. Una lección excelente para crear proyectos que llevarán a varios barbados tomadores de café expresso de precio excesivo a solicitar becas y bautizarse a sí mismos como creativos.
Porque ser creativo es la juventud del que crece para ser llamado El Maestro.
Y al final, nadie sabe quién eres.
En cuarenta años, cuando todos estén contando sus fortunas y divorciándose de sus mujeres, el plan maestro será un éxito. Y les digo, hay que ser maestros por nuestros medios y no para que nos chupen los huevos.
Porque hay mejores maneras [y más sexys] de que nos chupen los huevos.