Hoy por la mañana puse a prueba mi hombría. Justo frente a mí, a mitad del camino de casa al tren, se sentó una diosa. Bueno, decir ‘una diosa’ es exagerado; se subió una escultura. Miguel Ángel se daría de topes por no haberla hecho él, con mármol, un martillo y un cincel.
Decía yo que esta mañana puse a prueba mi hombría. Poner a prueba la hombría es tener una escultura en frente y no sonreírle. Poner a prueba la hombría es ver a entrar a una mujer de 1.75 a una pequeña combi. Una mujer robusta de 1.75. No tan robusta como para ocupar dos lugares del asiento, pero sí robusta para ocupar todos los lugares de tu corazón.
Esta mañana puse a prueba mi hombría. Me di cuenta que no hace falta usar harto maquillaje para verse bien. Traté de decirle. Respetuoso, con la mirada. No necesitas tanta sombra ni tanto rímel ni tantas chapas. Tu rostro es bello, alargado, firme y brutal. No te eches más colores que den al traste con tus ojos. Tus ojos grandes, brillantes y hermosos.
Esta mañana puse a prueba mi hombría. Escuché su voz cuando sacó su celular para llamar a «su amor», le dijo apenas voy saliendo, cuando ya iba a mitad del camino. Escuché su voz cuando pagó el pasaje; en el ISSTE, dijo. Traté de no suspirar como un loco enamorado cuando la escuché.
Esta mañana puse a prueba mi hombría. No observé sus curvas. Curvas de la carretera de la vida. Curvas que traen vida al mundo y muerte al hombre. Dos tetas grandes y divinas. Carne y sangre que iluminan la mañana. Estúpida mañana con estúpido tránsito de tráileres. Estuvo frente a mí demasiado tiempo como para olvidarla.
Hoy por la mañana puse a prueba mi hombría.
Por fortuna, perdí.