Debió haber sido en 2009 o un poco antes cuando me topé por primera vez con Orsai. Alguien de mis contactos, muy probablemente en Twitter, rebotó un enlace y yo llegué allá. Casi siempre un lector obsesivo, me topé con los textos de Hernán. Debí haberme quedado ahí un buen rato hasta que encontré la opción de suscribirse a las entradas por correo —era 2009, apenas estábamos todos pasando el bajón de la era de los blogs y las ondas que actualizaban por RSS— y dejé mi dirección para recibir más de eso. Seguí como iba y muy probablemente me olvidé de ello algunos meses después cuando dejaron de llegar las actualizaciones al buzón. Pero algo se había quedado en la mente, por lo menos la duda acerca de qué diantres era eso de “Orsai”.
Un año después, Hernán rompía la crisis a volantazos. Un texto que no puedo dudar en erigir como LA Declaración de Principios del gordo de Mercedes. Nos dijo a todos que ya iba a cumplir cuarenta años y que, ya sin remedio, ahí se veía venir una de esas crisis. Y la mayoría de nosotros, los que leen esto y el que la escribe, hemos pasado seguramente por alguna. Las crisis que cada década nos ponen filosóficos y nos preguntamos qué cosa estamos haciendo y qué otras cosas quisiéramos estar haciendo. Sólo que Jorgito, ese pibe que arruinaba las fotos, se había tomado su tiempo y ya tenía un plan.
Christian Gustavo (el Chiri) y él ya llevaban un año en sobremesas planeando cómo se iban a aventar de frente a esa crisis, y el resultado nos levantó a todos del asiento: querían hacer una revista imposible. La ventaja que tenían es que un libro de Hernán ya había hecho un buen dinero por su adaptación al teatro y estaban listos para dar ese volantazo que si no los llevaba a cumplir un sueño, los llevaba a la tumba. O a la pobreza.
Lo bueno de Argentina —durante un tiempo lo suponía y ya después lo comprobé estando allá— es que cuando se trata de hacer literatura o alguna jugada artística se la juegan al tiro.Sin estar mendigando becas o ensalivando testículos de “maestros” con alguna palanca en el gobierno. Eso, desde el comienzo, me enganchó. El querer hacer algo y aventarse. Por Buenos Aires se pueden ver anuncios de lecturas públicas de poesía, cuentos, ensayos; convocatorias para revistas de cualquier tema imaginable, anuncios en el subte donde alguien da clases de saxo, — ¡de saxo, por dios! — y actividades que, al menos de este lado de los suburbios mexicanos, no son nada comunes de ver. Siempre he dicho que si alguna vez algún músico callejero toca “Dear Old Stockholm” de Miles Davis le daría al menos cien pesos: en Buenos Aires quedé tonto de ver cómo tocaban blues en los pasillos del subte.
Así pues, Hernán y Chiri levantaron un dodecálogo para su revista imposible:
1. No tendrá publicidad, ni subsidios privados o estatales [¡POR FAVOR!, menos publicidad en el mundo].
2. Tendrá la mejor calidad gráfica del mercado.
3. Prescindirá de todos los intermediarios posibles.
4. Tendrá una versión en papel y otra, dinámica, para tablets.
5. Escribirán y dibujarán únicamente personas que admiremos mucho.
6. Llegará en menos de siete días a cualquier país del mundo.
7. Será trimestral y tendrá más de doscientas páginas.
8. En cada país costará lo que un libro (gastos de envío incluidos)
9. Contará con un capital inicial de cien mil euros.
10. La plata la ponemos nosotros, porque el sueño es nuestro.
11. Si salvamos la inversión, somos felices.
12. Si no salvamos la inversión, nos chupa un huevo.
Y así fue. Durante 3 años y 16 números de la REVISTA ORSAI, miles confiamos ciegamente en lo que nos proponían, en lo que preparaban. Vimos cómo iban cambiando las formas de impresión, ya sea porque al editor le gustaba así y no de otra manera o porque eso permitiría que se hicieran más revistas con mejor calidad en contenidos. Cumplieron cada uno de los puntos del dodecálogo. Más de 10 mil lectores que arrancamos el primer año a ciegas vimos cómo nuestra inversión —inversión hecha a un gordo argentino en España que junto a su mejor amigo y sus respectivas mujeres y amigos cercanos que nos llenó el coco de proyecciones para un medio escrito como no lo habíamos visto antes nunca: pagamos primero, leímos después— se convirtió en una revista sin publicidad, con autores que nos volaron la cabeza con sus letras, ilustradores pasados de lanza y un diseño que se llevó de corbata a cualquier, y se los digo con toda confianza de tener razón, CUALQUIER revista que se haga llamar cultural en México. Y claro, de una u otra manera, les chupó un huevo y lo hicieron 15 veces más.
El primer año de Orsai, 2011, tuvo 4 números. Los mejores cuatro tomos que se han leído en español. Más de 200 páginas cada uno. Editoriales que arrancaron lágrimas de ánimo y felicidad en varias ocasiones. Aroma a libro nuevo que superó por mucho a las mejores yerbas mágicas. Conforme pasaron los números fuimos bajando la cantidad de suscriptores hasta establecer un público filtrado, selecto, de amigos que leían en papel o en PDF. México no tuvo muchos suscriptores, sin embargo los que estuvimos desde el principio nos quedamos con una colección de revistas que tendrán historias que contar por mucho años.
Hoy, hace unas horas, recogí en la explanada del Palacio de Bellas Artes el número 16. El último de 2013 y el último de la historia Orsai. Omar y Betsabé, quienes fueron mis dealers, hicieron un gran trabajo trayendo a México esta colección. Omar durante 20011 y 2012 y Betsabé en 2013 se aventaron la tarea de comprar revistas para los demás, para desconocidos que simplemente dimos click a sus nombres porque era Orsai. La Orsai 16 tiene en la portada la última sobremesa, un fragmento de la comida donde Hernán y el Chiri conversaron el final de la era Orsai y el inicio de la era Bonsai. No hay por qué parar, si has logrado que un sueño de la infancia —tener una revista— se haga realidad y durara hasta el cansancio, ¿por qué no hacer más?
Hemos de dar muchos más volantazos. Ir a buscar cómo hacer que las fantasías ñoñas que hemos tenido por años se vayan haciendo realidad. Tomar como ejemplo a un gordo que afirma que cuando se emociona no se baña seguido no parece un consejo muy sabio, pero yo creo que es más sabio el que dice, con honestidad y gesto de estarse cagando de los nervios, que la cultura actual está podrida y que no hay nada que nos impida crear la nuestra es alguien que merece el beneficio de la duda.
Haber estado en La casa club Orsai, en septiembre pasado, haberme perdido en el colectivo y contado las avenidas hasta llegar a la parada de la calle Estados Unidos, cerca de Jujuy, es la mejor necedad que he cometido en el cono sur del continente. En un lugar sencillo, atendido con sonrisas y buena conversación es como cualquiera se puede animar a ver un poquito más allá.
Orsai es un buen ejemplo de rebeldía cultural. Quizá estemos pasando frente a una de esas cosas contraculturales que van y hacen ruido pero no creemos que haya sido tan Do it yourself; no es nada punk, después de todo. No manda a la mierda tan seguido como el punk, o la literatura fuerte de protesta. Pero ciertamente lo es: la invitación a que aún es posible un nuevo mundo, uno mejor.
Ahí va a un lugar especial en el librero, una esquina superior donde serán lecturas de disfrute y de consulta, para ir cualquier día y recordar el cuento de Hornby, la primera lectura a Rafa Fernández, los reportajes policiacos, las crónicas de Symns, la entrevista con Capusotto, la historia de Mujica, de René Lavand, Stephen Hawking, ¡Dolina! y un montón de cosas que darán para darle vuelo a la imaginación por lustros.
Aunque, me doy el lujo de ser honesto, lo que más me gustó de los 16 números fueron sus pies de página. Genialidad pura.
A lo que sigue. Gracias, gordo.
Qué lindo es conectar con gente de distintas latitudes y un mismo sentimiento. Los que vivimos Orsai creo que nunca lo olvidaremos. Besos!!!
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¡Kari!
Imagínate mi gusto cuando los saludé allá. Una gran era Orsai, sigamos escribiendo 🙂
¡Besos!
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Gracias, muchas gracias Odeen!!
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¡Un placer, Hernán! ¡Gracias a VOS!
Seguimos 🙂
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Yo también tengo los 16 y la verdad es que el primer año fue el mejor. Lo buscaba con ansiedad, lo compartía con los demás que compraban. Después me hice dealer y pude contagiar a otros de mi locura. Pero el tercer año como que las cosas se enfriaron. Ya no había la misma emoción y para mí, la calidad fue bajando.
De cualquier manera, estoy orgullosa de que estén en mi librero y lo seguiré presumiendo como el ejemplo que sí se pueden hacer las cosas contra lo establecido.
Saludos
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