Octavio Paz se topó a Juan Rulfo una tarde de mayo en una esquina de callejón como hay miles sin nombre ni ganas de ser encontradas. Laberínticos ojos solitarios cuadrados volvíanse a notar que Jhon, digo Juan, abría sus parámicas mandíbulas para hacerlas engullir semejante torta hecha con enorme bolillo del día y cantidades astronómicas de carnes varias acolchonadas con rajas, chipotles, aguacates de alfa centáuri y algunos muy buenos gramos de grasa brosa grasa de abolengo. Ojos paciezcos goes cuadrados ante brutal impresión negatoria de alcurnia del Jhonny R. Ningún escritor con abolengo grado 6 para arriba debiese engullir alimentos proléicos por muy ricardos que estén. Oh, Jhonny, oh oh. ¿Qué haría el buen Peter si en sus paseos por los páramos exteriores mirase y saborease cosa semejante, eh, galante? Tavito palpase espalda rulfeana mientras mandíbulas seguíosen ensanchando como el que acompaña al Quijote. Sancho los perros ladran los perros ladran los perros ladran. Jhonny no comas torta cómo te atreves si te dejan entrar gratis a Palacete Nacional sin revervation, I can’t get no satisfaction. ¿A quién le encargo una cubana gran torta con todo y piedra de sol, Sansón?
Así se hacen los chismes.
Provecho.