Cuando me preguntan si me considero “un poeta”, siempre digo que no. Y es sencilla en verdad esa respuesta.
En mejico un poeta es poeta cuando ocupa una de dos vertientes: primero, un académico estudiado, leído de muchos años, conocedor de las reglas y los jueces y los antiguos dioses que nos dieron patria. O segundo, un borracho caminador de las calles, destilador de letras llenas de rebeldía y sabores agrios de una vida llena de derrotas que solo es posible ahogar en ciertos grados de alcohol. Muchas veces modelos cursis, ambos asiduos asistentes a eventos donde, cada tipo de poeta es alabado, palmeado, llevado aparte para ofrecerle negocios. Ambos poetas gustosos de ser invitados de los tragos de sus compañeros, brindar por su mala vida y su venidera muerte, como si sólo en alabanzas y botellas se pudiera lograr un justo ejercicio literario. Los grandes héroes vivieron y murieron entre vicios y grandes altares, pero esos grandes héroes ya han muerto.
No me considero poeta, no tengo razones para hacerlo. Si he de vivir una vida normal, a la altura del suelo y sólo preocuparme por lo mínimo, entonces soy alguna otra cosa pero no poeta. Quizá alguien que se detiene un momento y escribe acerca lo que ve y le pasa por la cabeza.
Algo es algo.
Publicado originalmente en Inventario, 22 de febrero de 2016.