Nostalgia, Inc.

Estos últimos meses nos hemos quejado de que las grandes corporaciones como Disney ya agarraron la costumbre de colgarse de nuestra nostalgia para vendernos a cada rato lo mismo que ya vimos, leímos o usamos de pijama cuando teníamos 12 años pero con otros actores, con otro tipo de animación o, simplemente, con chistes menos manchados o diálogos adaptados a la piel ultra delgada del siglo XXI.

Nos cae mal sentirnos cómplices de las corporaciones mundiales que dominan los gustos y tendencias del grueso de la humanidad con acceso a internet (porque, no nos hagamos mensos, la gente inteligente solo es la que tiene teléfono con internet y usa hashtags para protestar), pero nos encanta, cuando nos conviene, gritar al cielo cuando alguna corporación pequeña o institución regulada por el gobierno retira, recorta o re-ubica aparatos de entretenimiento que, desde hace mucho tiempo, pasaron a tercero, cuarto o quinto plano del umbral del uso de nuestro tiempo muerto.

Tres ejemplos rápidos

El DVD y bluray. El negocio del antiguamente llamado “home video” lleva ya bastantes años en decadencia, o mejor dicho, lleva un rato en calidad de muerto viviente. Las distribuidoras cada vez le dedican menos tiempo y presupuesto a sacar las películas cuyos derechos les pertenecen en video casero para irse derechito a aprovechar el negociazo (si le saben mover a los hilos) de la exhibición pública y el volado de las plataformas digitales —derechos de VOD—. El DVD y el blu ray son, irremediablemente, para dos mercados: los coleccionistas nostálgicos y los estratos que aún no tienen acceso (o simplemente, no les da la gana) a internet o de usar plataformas de streaming. Agradezcamos esto a las distribuidoras que pensaron que era buena idea producir sin miramientos todo lo posible, atascando los estantes durante la última década para terminar matando el mercado y el negocio del que muchos vivían (vivíamos). Jugarle a los negocios millonarios deja consecuencias. No queda más que mejorar los formatos en uso al día de hoy o inventar una nueva moda. Descanse en paz el home-video.

Las tiendas de discos. A todos los que, junto a mí, les tocó una embarradita de lo último que quedaba del ambiente y satisfacción de trabajar en una tienda de discos a inicios de este siglo les mando un saludo, un abrazo y la garantía de que esa experiencia nos será útil todo lo que nos resta de vida laboral. Y no lo olvidemos: nos tocó lo último de lo último. Para cuando llegamos, ya no había nada que rescatar. Los años en que pudimos vivir de ese negocio se fueron diluyendo en lo que la mayoría de los negocios manoseados por mejicanos se diluyen: deficientes manejos administrativos, robos hormiga, desfalcos descarados, y sobre todo, total desinterés de parte de los que estaban muy por encima de nosotros (simples vendedores, supervisores y gerentes en piso de ventas), más preocupados por llevar agua a su molino que por mantener vivo el romántico negocio alternativo de vender música en formato, otra vez, físico. Tal como el video, este formato físico es ahora para el coleccionista y sobre todo, para el curador, vendedor o comprador comprometido con sus gustos y su producto (que, por decir lo menos, le da de comer) para tener en los estantes de exhibición sólo lo que vale la pena, o en el peor de los casos, lo que vende.

La radio pública. Otra vez, otro medio de entretenimiento que se nos metió sin escalas y con vaselina en la vena de la nostalgia. Los que hemos amado este medio de comunicación y nos esforzamos ya no solo por escucharlo sino por realizarlo en todas las maneras que se nos han ocurrido desde hace un montón de años sabemos que siempre, SIEMPRE es triste, y sobre todo sumamente injusto, cuando una estación o grupo de estaciones desaparece del cuadrante (cuando no es convertida arbitrariamente en insípida estación de noticias porque el patrocinador no le quiere meter dinero al demoniaco rock). Y en todos los casos, sea el medio en cuestión privado o público, las razones o motivaciones de los cambios son empujados por intereses que van más allá de nuestro control — y muchas veces, hasta comprensión—. IMER está en crisis y Reactor 105.7 (junto a estaciones que han formado parte de la historia auditiva de mejico) se pone en pausa porque, simplemente, ya no puede pagar a sus colaboradores. Estos días me he preguntado ¿de verdad, hasta hace un par de años con un gobierno priista —seguramente sensibilizado e interesado en la cultura—, el IMER pagaba a tiempo, daba atención adecuada y apapachaba a sus colaboradores? Díganme loco, pero desde por lo menos hace 20 años que conozco de su existencia, he sabido de trabajadores/locutores/realizadores que se pasan quincenas, incluso meses sin cobrar por razones de presupuestos, además de otras estaciones que han sido sacadas del cuadrante o de plano cambiado su formato nomás por los pantalones guangos de gerentes “innovadores” o decisiones de empresarios o directivos que de radio o medios o entretenimiento o música o you name it, no saben un carajo. Pero de negocios, sí.

Estuve en la marcha para protestar la desaparición de Radioactivo 98.5 en 2004. Ahí, entregamos un documento en Los Pinos donde, según el gobierno, Vicente Fox nos iba a poner atención y hacer algo al respecto. Sobra decir que, evidentemente, a nadie le interesó y jamás hicieron nada. Pero lo que no sabíamos en ese entonces es que ya no necesitábamos a Radioactivo 98.5, y que tarde o temprano, volvería renovado. ¿Cuánto tiempo tardó el gobierno actual en actuar? Exacto.


¿Qué nos hace pensar que la radio pública debe ser sensible y la privada un villano ansioso de dinero? Ambas son las dos cosas.


Con todo, me parece que estamos aprendiendo demasiado rápido a ser reaccionarios. A gritar en menos de un segundo sólo porque tenemos dos manitas llenas de dedos que, gracias a la evolución, ya son capaces de teclear a grandes velocidades nuestra inconformidad; y AHORA SÍ, declararnos fans indiscutibles del cine en formato físico, de la música en cedé (del vinyl ni hablo, porque ese sí está de moda y todos lo aman) y de la sacrosanta efe eme. Todo eso sin pensar, ni investigar, mucho menos cuestionar, hipnotizados por el delicioso aroma de encabezados y slogans potentes.


Por cierto, si creen que no tengo idea de lo que hablo (y para dejarme constancia a mí mismo que no solo escribo para expresar babosadas): trabajé una década entera en la industria del cine en video y puedo afirmar sin temor a equivocarme, que ese negocio debió haber muerto hace, al menos, 5 años. Y no es porque desprecie o denigre el trabajo de buenos amigos (familia putativa, sin duda) que aún vive de eso, sino porque ellos y yo sabemos perfectamente que ese negocio no fue otra cosa que un capricho nacido de un gusto personal de quien, simplemente, tenía el dinero suficiente para mantenerlo vivo cuando a todas luces ya era hora de evolucionar o de convocar al funeral y retirarse dignamente.

En cuanto a los discos, las mismas personas y yo sabemos que hubo muchas tranzas y gente que aprovechó sus cargos administrativos y comerciales para hacerse de dinero que les sirvió muy bien para montar sus propios changarros, o de aquellos que usaron sus horas muertas en la oficina del gerente para esconder CDs en revistas que luego fueron almacenando en paredes falsas de donde después armaron tienditas de discos en conocidos bazares.

Del radio: sin duda, el medio debe evolucionar. Las autoridades quizá no lo hagan porque no quieren, porque no les conviene o porque no tienen ni peregrina idea de qué diablos es eso. Dejemos de ser hipócritas: lo que sucede en el IMER es terrible, a nadie le gusta quedarse sin chamba (así como tampoco está chido trabajar sin cobrar) pero estoy seguro de que muchos de ellos verán en esto una oportunidad para reinventarse y regresar triunfales en medios nuevos y más chingones.


UPDATE: minutos antes de publicar este texto IMER anunció que continúa operando. Será necesario no perderles de vista.


Si no queremos permitir —o nos encanta decir en todas partes lo mucho que odiamos a las corporaciones o al gobierno— que gigantes como Disney nos saquen dinero a costa de nuestra nostalgia, asegurémonos de no ser nosotros mismos los que nos plantamos en los mundos ideales de nuestra juventud: libreros llenos de DVDs y blu rays, discos nuevos cada quincena o sentarse a escuchar la FM nacional un viernes a las 8 pm con un café y un cigarro. Entendamos que todos esos mundos son solamente eso, productos y costumbres que, o se acaban gradualmente, o terminan convirtiéndose en algo diferente.

No son ellos, somos nosotros.

Deja una respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Imagen de Twitter

Estás comentando usando tu cuenta de Twitter. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s