Si por alguna razón engordo unos 20 kilos en los próximos 10 años, tendré tetas: uno nunca sabe si esas serán las únicas tetas a las que tenga acceso en el futuro. Las únicas que podré tener frente a mí. Si engordo lo suficiente, tendré unos pezones grandes y macizos. Quizá hasta con una amplia aureola. No importa que estén peludos. Serán tetas. Las podré acariciar y apretujar con mis manos; usar el índice y pulgar —previamente humedecidos con saliva— para redondear el pezón despacio, muy despacio, mientras contorsiono el rostro en gestos más allá de lo sensual. Si logro concentrarme lo suficiente podría incluso olvidar que esas tetas que estoy acariciando son mías. Que las obtuve gracias a años de mala alimentación y flojera crónica. Años sin hacer ejercicio y de permanecer echado en los sillones como un animal herido. Quizá, algún día, las mujeres dejen de sentirse atraídas por mí, quizá de pronto me dejen de permitir tocar sus tetas. Será mi última esperanza: quizá en unos años, por alguna razón, gane 20 kilos. Quizá, ese día, sea el día que tenga mis propias tetas.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...
Relacionado