Esa mañana de 1985, mi madre estaba sentada frente a mí sosteniendo a mi hermano unos años menor, aún de brazos. Me miraba con una sonrisa que nunca se le ha quitado, tierna y un poco preocupada. En el mueble de al lado la pequeña tele blanco y negro mostraba unos presentadores de noticias —años después sabría sus nombres— con gestos que transmitían miedo y fingían no saber nada. Nos querían tranquilizar. Yo miraba a mi madre.