Nostalgia, Inc.

Si no queremos permitir —o nos encanta decir en todas partes lo mucho que odiamos a las corporaciones o el gobierno— que gigantes como Disney nos saquen dinero a costa de nuestra nostalgia, asegurémonos de no ser nosotros mismos los que nos plantamos en los mundos ideales de nuestra juventud: libreros llenos de DVDs y blu rays, discos nuevos cada quincena o sentarse a escuchar la FM nacional un viernes a las 8 pm con un café y un cigarro. Entendamos que todos esos mundos son solamente eso, productos y costumbres que, o se acaban gradualmente, o terminan convirtiéndose en algo diferente.

Mi problema con las alarmas

Esa mañana de 1985, mi madre estaba sentada frente a mí sosteniendo a mi hermano unos años menor, aún de brazos. Me miraba con una sonrisa que nunca se le ha quitado, tierna y un poco preocupada. En el mueble de al lado la pequeña tele blanco y negro mostraba unos presentadores de noticias —años después sabría sus nombres— con gestos que transmitían miedo y fingían no saber nada. Nos querían tranquilizar. Yo miraba a mi madre.