Si no queremos permitir —o nos encanta decir en todas partes lo mucho que odiamos a las corporaciones o el gobierno— que gigantes como Disney nos saquen dinero a costa de nuestra nostalgia, asegurémonos de no ser nosotros mismos los que nos plantamos en los mundos ideales de nuestra juventud: libreros llenos de DVDs y blu rays, discos nuevos cada quincena o sentarse a escuchar la FM nacional un viernes a las 8 pm con un café y un cigarro. Entendamos que todos esos mundos son solamente eso, productos y costumbres que, o se acaban gradualmente, o terminan convirtiéndose en algo diferente.